Palabra de Mujer - Entrega Nº 11 - Año 05/2015

La que no tiene tiempo, por la Profesora Liliana Maurilli

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01/10/2015 | 06:36

Esto de ir y venir por los textos, de pasear por las palabras y sus significados, de iniciar viajes eternos por los mundos que la ficción nos regala me trae a la memoria a una grande de la literatura, a la española ganadora del Cervantes en el 2010 y que el 25 de junio del 2014 nos diera su adiós temporal. Me refiero a Ana María Matute, esa escritora que dijera que “El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad”. Y creo que la literatura es un camino para inventarse mundos, para pensar el mundo propio, para madurar nuestra propia existencia, para intentar acercarnos a este camino que se llama vida y que a través de las otras historias pensamos nuestro mundo interior , historias creadas que nos ayuden a edificar esos peldaños que nos suban, que nos enaltezcan, que nos ayuden a salir del barro.

La recopilación de veintiún relatos titulada “Los niños tontos“ son narraciones muy breves cuyos protagonistas son niños que conviven con el mundo adulto y una realidad cruel y aplastante, la misma realidad que vivió la escritora cuando en plena infancia el estallido de la Guerra Civil Española la atravesó de tal manera que dejó su marca no solamente en su vida sino en cada una de las historias que nos acerca. Ella decía que los relatos debían ser breves, redondos y jugosos como una naranja, condiciones que marcan su presencia en cada una de estas historias que conforman el libro.

Me resulta difícil seleccionar uno porque los protagonistas son niños cargados de inocencia como la etapa que transitan pero con el toque de distinción que a esa inocencia la acompañan la crueldad, el descuido, la desesperanza del mundo adulto. Sueños de niños que se desipan como la espuma en el agua cuando la desgracia se hace presente. Pareciera ser que ella está acechando detrás de un árbol, del fondo del mar, de las piedras, la desgracia que los sumerge en la hostilidad y la incomprensión del mundo adulto, que al igual que la educación o el peso de la cultura termina apisonándolos para convertir a la niñez en ese estado de opresión que tanto los adultos como la educación o la cultura favorecen desde lo que se construye a través de las palabras y a través de los hechos.

Una historia de no más de treinta líneas donde la madre le comunica a su hijo que esperaba a su amigo que no lo espere más porque el amigo había muerto. De esa manera despiadada el niño se enfrenta a esa realidad y desde allí sentado en el quicio, en el umbral de la puerta comienza a pensar. Un discurso violento en la voz de la madre que taladra la interioridad del otro, del más desamparado frente a la pérdida del amigo y que además lo enfrenta a la única certeza que el ser humano posee: la muerte. No solamente lo enfrenta a la desesperanza sino también a la esperanza de que no sea cierto sin embargo es el tiempo el que terminará definiendo como verdad el discurso de su madre.

Pensaba entonces cómo el dolor atraviesa la vida y es el dolor de la pérdida en este caso el que ayuda a este niño a crecer “… Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos.

Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto”.

Pensaba también cómo entender al dolor, qué nos provoca, cómo hablar del dolor con los niños, por qué nos ayuda a crecer, a madurar como dicen los especialistas. El dolor por la muerte de alguien a quien se quiere se siente a cualquier edad, en este caso es un niño el que se siente desamparado. Evidentemente la madre no sabe o no quiere o es la única forma que tiene de actuar frente a su hijo. Esta mujer no le dijo ni que se fue de viaje,ni que está de vacaciones, le habló directamente, casi fríamente de la muerte y hasta le propuso una especie de canje, que se busque otro amigo para jugar.

El texto metafóricamente resuelve la situación mostrando los pantalones largos como un signo de madurez al aceptar la muerte del amigo, sin embargo el texto también muestra el paso del tiempo, el camino que emprende para buscar a su amigo y que hace que los zapatos se llenen de polvo, la inutilidad de los jueguetes, la madre que le abre la puerta al mundo adulto son marcas del tiempo. Tiempo que lo transforma, tiempo que convive con el dolor, tiempo que ayuda a aceptar la ausencia, tiempo que marca la entrada a otra etapa. Y pensaba entonces cuál es el lugar que ocupan los adultos, cuáles son las palabras más apropiadas para ayudar al otro a aceptar lo irreversible, cómo debiéramos actuar para permitir que el dolor se sienta y no maquillarlo con falsas promesas.

Entiendo también que la infancia es un período para sentir la protección del adulto y la presencia de éste para ayudar a luchar contra la tristeza que la pérdida produce pero esto no significa que el adulto niegue la realidad, evite hablar del tema, negar la posibilidad de participar de las costumbres culturales en relación a la muerte, por el contrario los niños necesitan expresar sus emociones, temores o inquietudes y para ello necesitan de un adulto capaz de escucharlos y que sepa explicar sinceramente y con simples palabras qué ha ocurrido y si se conocen las causas también ofrecerlas.

Estos relatos nos hacen pensar en cómo muchas veces el mundo adulto subestima al mundo de los niños simplemente por considerarlos menores en edad y así vamos construyendo desde la infancia una realidad mentirosa a veces para evitarles el sufrimiento cuando en realidad éste es una de las fases de este camino que transitamos, construimos una cultura donde evitamos el dolor, llorar por el dolor, y así construimos mentira tras mentira un mundo que pareciera ser por las actitudes que evidenciamos no crecemos nunca.

Qué mundo estamos construyendo para las generaciones venideras, cómo ayudamos a construir resiliencia. La lectura y la experiencia dicen que convivir en un ambiente que aun con tristeza ofrezca serenidad, seguridad y cariño ayuda. Que la verdad, ayuda. Que al amor y la compañía, ayudan. Que la mirada acerca de la muerte es cultural y que quizás romper con algunas actitudes frente a esta señora pintada de negro y guadaña en la mano ayudarían desde el mundo adulto a soportar y a entender lo inevitable porque como dice la letra de la canción te encontraré una mañana dentro de mi habitación y prepararás la cama para dos.

Dijo la escritora al recibir el Cervantes: “A la gran literatura, a la literatura verdadera, se entra con dolor. Aunque son muy importantes la alegría y el sentido del humor. Pero se entra con dolor, eso es así…”. Entiendo entonces que entrar a la literatura que nos ofrece esta magistral escritora es entrar al mundo del dolor, al mundo de quien vive con intensidad como la alegría y la felicidad y que quizás leyéndola nos ayude a los pobres mortales a entender un poco más de esto que es nuestra esencia: la otra cara de la vida: la muerte.

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