Palabra de Mujer - Entrega Nº 18 - Año 05/2015

Viajar al interior, por la Prof. Liliana Maurilli

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26/11/2015 | 18:46

Tiempos difíciles son los que corren, convulsionados, de desencuentros, de confusión, de falta de solidaridad, de agresiones, de demandas al otro solicitándole lo que yo no soy capaz de hacer. Demando humildad y soy soberbio, demando armonía y soy el primero en descalificar al otro, demando escucha y soy el primero en responder reactivamente, demando participación pero si el otro no comulga con las ideas de quien propone trabajar todos juntos, no vale; en fin, a diario nos encontramos con estas incoherencias ya sea a nivel local o nacional y cualquier medio es el camino para desautorizar, para inhabilitar al otro.

Mi mirada está puesta nuevamente en esos veintidós cuentos para colorear que nos regala Guido Mizrahi en su libro “No se sabe” que si bien está pensado como una invitación a la filosofía para los niños creo que trasciende ese nivel y puede ser leído sin clasificación de edad. Es un libro donde las historias nos ayudan no solamente a generar preguntas, buscar respuestas ante interrogantes que otros plantean sino qué respuestas ofrecemos los adultos a los niños y jóvenes. La acción de pensar es intemporal, en consecuencia romper con las barreras que condicionan leer tal o cual libro abre el camino a la reflexión y ella debe ir acompañada muchas veces de la mirada adulta para abrir el camino.

En esta oportunidad y según lo planteado en el párrafo inicial entiendo que el texto “La bolsa de basura” puede ayudarnos a mirar no solamente al otro sino, lo más válido, mirarnos a nosotros mismos. Es la historia de una bolsa de basura que se resiste a irse al basural, comienza a mirar dentro de ella para ver que encuentra y se rearma de esta manera con lo que los demás desechan. “…Había una vez una Bolsa de basura que no se quería ir cuando la vinieron a buscar.
— ¿Y adónde me quieren llevar?
—A usted qué le importa. Arriba, vamos— dijo el basurero enojado y barbudo.
—No, perdón, señor, a mí me quedan muchos años por vivir. No voy. El basurero la agarró del cuello pero la Bolsa se paró fuerte en el piso y no la pudo levantar.
—No voy, señor, todavía tengo que vivir. Como el basurero no pudo levantarla la dejó ahí tirada en la vereda, pero antes irse le gritó.
— ¡Esta noche te vendrán a comer los perros! A la Bolsa de Basura le entró un poco de miedo y no supo qué hacer. Enseguida miró para adentro y vio que tenía algunas cosas que le podían servir. Era la primera vez que miraba para adentro. Vio que había un zapato viejo sin cordón que le podía servir de pie. Vio también que tenía un guante lleno de grasa que le servía de mano, y que una lata vacía de tomate le servía de cabeza si le hacía algunos agujeros para los ojos, la nariz, la boca y las orejas. Vio que unos cables pelados le servían de cerebro. Unos fideos podridos para pelo y maderas rotas para piernas y brazos. Con los escarbadientes se hizo dedos y con los diarios ropa. Se acordó que para vivir necesitaba todo lo que tiene una mujer y lo consiguió. No le faltó ningún órgano, ninguna vena, y hasta se pintó las uñas. Pero sintió que algo le faltaba…”

Le faltaba un corazón, y será una muñeca la que se lo regale, una muñeca a punto de morir. Ya completa, la bolsa comenzó a vivir su vida, sin embargo en su recorrido se encuentra con gente desalmada, egoísta, mezquina, discriminadora, gente que mira solamente desde un lugar: el suyo. Pero a pesar de lo que significa mantenerse viva día a día, de a poco fue concientizando a las otras bolsas a hacerse una vida, a vivir, a mirar hacia adentro y mirar qué había allí. Que era mucho más digno la lucha interior a guardar la esperanza de llegar al cielo. Muchas bolsas comenzaron a vivir. “…Se iban haciendo sus casitas con lo que podían, de a poco, sin apuro. Hubo bolsas de basura que tocaron el violín con violines sin cuerdas, otras que escribieron libros con lápices sin punta, algunas que bailaron con discos rotos y otras que comieron pan duro y tomates podridos, otras que tuvieron la suerte de casarse con soldaditos abandonados y algunas que se hicieron relojeras con relojes parados. También hubo bolsas de basura que ayudaron a las que tenían hambre y otras que prestaban ropa a las que tenían frío. Así fue como algunas Bolsas de Basura aprendieron a vivir. Con los años también morían. Pero había otras que no querían vivir y se dejaban llevar lejos por los camiones de basura. Caían unas encima de otras, quedaban apretadas sin poder moverse, y entonces lo que tenían adentro se empezaba a enfermar. Gritaban de dolor, de angustia, de arrepentimiento por haberse negado una vida. Pedían ayuda, pero ya era tarde. ¿Qué hacían esas Bolsas enfermas y perdidas en medio de los basurales? No se sabe, pero algunos dicen que solamente les quedaba la esperanza de llegar al cielo.”

Pensaba entonces en cómo construimos nuestra vida, si tenemos una vida que es la nuestra o vivimos la vida de los demás, si alguna vez viajamos a nuestro interior como hizo la bolsa para ver de qué estamos hechos, si nos agrada lo que somos o estamos tan alejados de nosotros mismos y somos tan ajenos a nosotros que no nos conocemos y no sabemos qué hay en nuestro interior, si cuando nos animamos a entrar nos agrada lo que vemos y con lo que ahí encontramos podemos rearmarnos para cambiar aquellas actitudes, formas de decir, que no son agradables a nuestros ojos y no nos dejan generar otra energía, más saludable, más armónica.

Creo que, al igual que la bolsa, necesitamos viajar a nuestro interior y encontrarnos para crecer personal y socialmente. Ese viaje como a la bolsa le sucedió puede generar miedo, incertidumbre, desconocimiento , sufrimiento a encontrarnos con nuestro lado oscuro, con nuestros resentimientos; sin embargo, dicen los especialistas que arriesgarse, vale la pena, vale el dolor que genera porque ahí está la razón, la lucha diaria que cada uno debe librar para ser mejores. Es un viaje que ayuda a construir un presente más sosegado, más pacífico. Saber lo que somos, volver a las huellas familiares, grupales, culturales y mirarnos como únicos en medio de la sociedad a la que pertenecemos.
Qué nivel de responsabilidad hay en cada uno de nosotros para permitir que la sociedad hoy esté en este estado, qué hay en nuestro interior que ante tanta agresión respondemos con más agresión. Entiendo que vivimos un déficit de conductas cotidianas que tienen que ver con la falta de respeto a las leyes y reglas, a los demás, con la dificultad para convivir con las diferencias, con dejar el beneficio propio y trabajar para el bien común, con habilitar el oportunismo, la hipocresía, la soberbia . Pienso que mágicamente la sociedad no cambia, que somos cada uno de nosotros con la actitud, con las elecciones, con las conductas los que vamos a promover el cambio. Dice Sergio Sinay que la responsabilidad es siempre individual y que las sociedades cambian en la medida en que las personas lo hagan. A nosotros nos queda la gran responsabilidad de generar los cambios, de pensar, y vivir como hizo la bolsa que se construyó su vida con valores dejándole a las demás bolsas una huella para mejorar la existencia, de lo contrario seremos como las demás bolsas y depositaremos la esperanza de llegar al cielo y en el camino habremos rozado apenas la superficie de la vida.

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